El martes 30 de agosto, cinco monos araña consiguieron escapar juntos de su cárcel en el Zoo Hai-Kef de Rishon Lezion (Israel). Cuatro de ellos fueron capturados y devueltos a las jaulas inmediatamente, pero el quinto logró abrirse camino, saltar la valla perimetral, y adentrarse en la ciudad. Solo durante un pequeño espacio de tiempo consiguió burlar a sus captores, antes de ser localizado por la policía y reducido con dardos tranquilizantes. El método utilizado para la fuga no fue difundido por los medios consultados, pero sí la presunta razón de la huída, que habría sido… Atención… Redoble de tambor… ¡Exacto! “Una puerta mal cerrada”. Una vez más la narración oficial niega la agencia de los animales fugados y menosprecia su esfuerzo en su búsqueda de libertad, tratando de ocultar el hecho de que los zoos no son hogar para nadie, sino un infierno del que escapar. Pero la historia se repite una y otra vez de manera abrumadora e innegable, y no siempre tan breve.
A principios de agosto, el Hangzhou Zoo de China atrapó a un panda rojo que llevaba fugado más de ocho meses. Había conquistado la libertad junto a dos compañeras cuando, en diciembre de 2015, una nevada hizo caer la rama de un árbol. Las tres escapistas aprovecharon la oportunidad para trepar por ella y salir de su recinto. Dos fueron reprimidas prácticamente en el acto, pero para la tercera captura tuvieron que pasar 242 días, durante los cuales su protagonista demostró que no quería ni necesitaba el zoo para vivir. Una vez localizado, fue necesario un gran despliegue de medios para devolverle a su celda. Las salidas de la zona en la que fue encontrado fueron bloqueadas con vehículos, las empleadas del zoo extendieron redes por la arboleda y, finalmente, lo redujeron también con un dardo tranquilizante.
El mismo método se había utilizado el 23 de junio para capturar al mono Dizzy en Springfield (Massachusetts), después de tres días de fuga. En esta ocasión las fuentes reconocieron que la puerta estaba cerrada, aunque la persona que limpiaba su jaula “olvidó echar el cerrojo”. Dizzy utilizó sus pulgares oponibles para, sencillamente, girar el pomo y escapar. Tras 72 horas intentando atraerle con comida y utilizando como reclamo a su compañera Mitzy, consiguieron localizarle en las propias instalaciones del Zoo Forest Park, en el que había estado preso durante dos años. El tranquilizante no hizo efecto inmediatamente. Dizzy resistió adentrándose en los árboles hasta que, 20 minutos más tarde, cayó aturdido.
Unos días después de la captura de Dizzy, el 28 de junio, el Zoo High Park de Toronto anunciaba la “recuperación” del segundo capibara desaparecido, que había conseguido permanecer libre durante más de un mes. Para entonces, la ciudad de Toronto había invertido más de 15.000 dólares en localizar y volver a encerrar a Bonny and Clyde, quienes habían logrado escapar el mismo día de su llegada al parque.
Flaviu tampoco esperó mucho tiempo antes de intentarlo. El lince fue trasladado al Zoo de Dartmoor (Reino Unido) el día 7 de julio. Unas horas después de su llegada, se había abierto camino masticando unas tablas del muro de su recinto.
Los expertos vaticinaron que, al haber sido criado en cautividad, Flaviu permanecería asustado en las proximidades del Zoo. Pero tres semanas más tarde, cuando le tendieron una trampa para atraparle, tuvieron que reconocer que se había estado adaptando a sus condiciones y había aprendido a cazar. Podemos entender que Flaviu cumpliría, pues, todos los requisitos para ser liberado en su hábitat natural. En lugar de eso, el Zoo ha aprovechado la publicidad de su fuga para anunciar que buscan una compañera de encierro para él. Poco más hace falta para darse cuenta de que los zoológicos son solo negocios, y la conservación es una tapadera. En todo caso, Flaviu ha demostrado que no quiere ser conservado entre rejas ni ser un siervo de la perpetuación de su especie. Quiere y necesita lo mismo que todo animal: la libertad.
Si a alguien le queda alguna duda de que todo esto no es casualidad, una imagen vale más que mil palabras: