Daya (que significa “Dientes” o “Colmillos”) lleva más de diez años encerrada en un segmento amurallado de agua turbia en el zoológico Xixiakou Wildlife Park en Rongcheng (china). Un muro de poco más de un metro de ancho la separa a ella y a otros mamíferos marinos del océano y de la libertad.
Por allí caminan cada día decenas de humanos que, en lugar de pararse a contemplar el mar e imaginar el universo de vida colorida que hospeda, miran hacia el otro lado, hacia el muro gris levantado por quienes se empeñan en encerrar esa vida. Los colmillos que le dan nombre a Daya parecen partidos o lijados, tal vez por “seguridad”, o quizá por intentos desesperados y frustrados de atravesar el hormigón. El caso es que no son los dientes de una morsa libre, pero sí los de una que quiere serlo.
El 11 de mayo de 2016, este anhelo se puso de manifiesto cuando un empresario de cuarenta años de nombre de Jia decidió que ir a observar animales cautivos sería un gran paréntesis para su viaje de negocios. Recreándose en la imposibilidad de escape de Daya, Jia saltó las barandillas protectoras y comenzó a hacerse selfies y vídeos con la morsa, que inmediatamente enviaba a sus amistades. Ajena a la cultura del exhibicionismo digital, Daya se limitó a demostrar entonces que no era un objeto de atrezzo ni una estatua. Según la versión oficial, ella no tuvo nada que ver con que el hombre cayera al agua. Sencillamente, éste “resbaló”. El hecho es que Daya rodeó fuertemente a Jia con su cuerpo de casi dos toneladas, y lo arrastró hacia el fondo. Inmediatamente, un hombre llamado Duan, que había sido cuidador (explotador) de Daya durante diez años, se lanzó al agua para intentar salvar al turista. Daya sujetó a Duan sin soltar a Jia, y se sumergió profundamente con los dos hasta que ambos dejaron de respirar. Otros empleados del zoo intentaron ayudar a los hombres tendiéndoles palos de bambú desde la superficie, pero Daya rodeaba los cuerpos flotantes escupiendo agua a su alrededor. Sólo cuando se alejó un poco, pudieron sacar a Duan y Jia del agua, pero los servicios de rescate no pudieron hacer nada por devolverles la respiración.
A partir de ahí, las explicaciones de los medios siguen las mismas pautas que en todos los ataques o fugas sucedidos en zoos y acuarios: presentarlo como un hecho accidental, achacarlo a la negligencia y al error humano , comprometerse a mejorar la seguridad… Pero ni una sola palabra sobre la agencia o la posible intencionalidad de Daya. La presentan como un individuo de fuerte carácter pero amigable que, probablemente, sólo estaba buscando a alguien con quién jugar. Por eso nadie más se atrevió a entrar en el agua. Por eso sus dientes no son los dientes de una morsa libre. Ni una sola palabra sobre la posibilidad de que, precisamente, lo que Daya buscaba era dejar de ser tratada como un juguete. Tal vez quería jugar, sí, porque se aburría encerrada prácticamente sola -a juzgar por las imágenes sólo hay otra morsa en su piscina, y son animales fuertemente sociales-. O tal vez quería expresar su ira por estar obligada a vivir a ese lado del muro. Ninguna de las dos posibilidades es un accidente.
Al mismo tiempo que la historia de Daya da la vuelta al mundo, el Acuario de Quebec se vanagloria de haber conseguido el nacimiento en cautividad de la segunda cría de morsa en poco tiempo. Arnaliaq y Samqa han dado a luz a dos bebés, hijos del mismo macho, Boris. Al igual que sus madres, los bebés se verán obligados a vivir en régimen de esclavitud para que el acuario gane dinero a su costa. El responsable de esta prisión celebraba que el nacimiento de estas crías atraería la atención a su negocio. Para justificarse, añadía que esto les daría la oportunidad de hablar al público sobre las morsas en estado salvaje y los peligros a los que se enfrentan debido al cambio climático. Un mantra que han adoptado los negocios zoológicos a modo de lavado de cara, y que parece desviar la atención del hecho de que no explican al público absolutamente nada sobre la vida de los animales en cautividad y cómo han llegado allí.
Un gran número de morsas cautivas en Canadá proceden de aguas rusas, donde se ha masacrado a sus familias para capturarlas. Este es el caso de la famosa Smooshi, encerrada en Marineland (Ontario), cuyos ex entrenadores llevan años denunciando las terribles consecuencias que tiene el cautiverio para estos animales, debido sobre todo a las condiciones lumínicas y del agua.
Daya ha matado, pero en otros casos han sido las propias morsas las que han muerto por su rechazo a la ausencia de libertad. A principios de 2013, Yuri, una morsa encerrada en el Oceanogràphic de Valencia, murió delante del público hundiéndose hasta el fondo de la piscina. La autopsia reveló que su estómago estaba lleno de piedras. Según denunciaron a infozoos varios ex-trabajadores del centro, Yuri había empezado a ingerir piedras debido a la desesperación que le producía la falta de luz natural. En Oceanográphic se han documentado y denunciado varios casos de este tipo, y los animales frecuentemente presentan comportamientos estereotipados como signo del estrés de su situación.
Morsas en cautividad con comportamiento de estrés, Oceanogràfic from Ecología Azul on Vimeo.
En China, en Canadá o en Valencia, las morsas quieren ser libres. Lo muestran de muchas maneras. Los hechos son más altos y claros que las palabras. Sólo tenemos que dejar de escuchar todo el ruido que nos cuentan, mirar hacia el lado del muro que da al mar, y preguntarnos dónde cualquier morsa querría nadar.
Odio a los zoos, odio a los circos, pero lo que más odio es al ser humano que demuestra ser mucho menos “humano” que un animal.
Ojalá la gente vaya cogiendo conciencia de todo el sufrimiento por el que pasan estos pobres animales y todo esto se acabe pronto. Aunque, personalmente pienso, que el dinero sigue y seguirá mandando en este asqueroso mundo…
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