Sólo 87 días soportó Moby Doll la vida en su cárcel de agua.
Unos años antes, el 18 de noviembre de 1961, la industria de los grandes acuarios había llevado a cabo su primer intento de capturar una orca viva para mantenerla en cautividad. Esa primera orca, a la que llamaron Wanda, había aparecido aquella mañana débil, sola y perdida en la bahía de Newport (California). El equipo del acuario “Marineland of the Pacific” la estuvo acosando durante todo el día mientras ella luchaba con todas sus fuerzas por su libertad, consiguiendo burlarles hasta en tres ocasiones. Finalmente, exhausta, la orca cayó en las redes de sus captores y fue trasladada a Los Ángeles, donde se le introdujo en un tanque de minúsculas dimensiones. Nada más llegar a la piscina, Wanda empezó a golpearse repetidamente contra los muros, tratando de escapar o de terminar por fin con su sufrimiento. Se cree que la causa de su muerte, dos días más tarde, fue el suicidio: “A las 8:30 del 20 de noviembre, la ballena se puso violenta y, tras rodear el tanque a gran velocidad y golpeando su cuerpo en varias ocasiones, finalmente nadó hacia un aforador, convulsionó y expiró.”
El suicidio de Wanda no detuvo a quienes veían a los demás animales como oportunidades de negocio. Moby Doll fue el siguiente. Su captura tuvo lugar en East Point (British Columbia, Canadá) el 16 de julio de 1964 por parte de un equipo contratado por el Vancouver Aquarium. Su “trabajo” consistía en matar y diseccionar una orca, con el objetivo de construir un modelo a tamaño real que sería exhibido en el recinto. Como muestra su desafortunado nombre, para aquella gente la vida y la libertad de otro individuo no eran más valiosas ni significativas que las de un muñeco gigante. El escultor Samuel Burich fue el elegido para esta empresa, y según su relato fue él mismo quien arponeó a la ballena: “Escogí una que parecía un poco más pequeña que el resto…”, declaró.
Durante horas, el animal herido agonizó y luchó mientras otras orcas de su grupo le empujaban hacia la superficie para ayudarle a respirar. Burich intentó rematarle con varios disparos de rifle, antes de darse cuenta de que Moby Doll podía ser más útil vivo que muerto. El hilo atado al arpón que llevaba clavado en la espalda sirvió para apresarlo y remolcarlo durante 16 horas hasta llegar a un pequeño confinamiento en un dique seco de Vancouver.
Allí se trató su herida con antibióticos y se le trasladó a otro recinto temporal mientras se preparaba su piscina permanente en el Vancouver Aquarium; pero Moby Doll era mucho más que un muñeco. Era un ser con sentimientos que acababa de ser arrancado de su familia y de su hogar en el océano y, a pesar de su resistencia, su vida estaba siendo robada lentamente: “La ballena parecía estar sufriendo de shock… Por un largo periodo de tiempo, Moby Doll… no comió. Se le ofreció de todo, desde salmón hasta corazones de caballo, pero la ballena sólo nadaba en círculos alrededor de la piscina noche y día en el sentido de las manecillas del reloj.” Sólo después de 55 días comenzó a comer, pero para entonces ya había desarrollado una enfermedad en la piel por la baja salinidad del agua de la bahía, y sus pulmones estaban infectados por hongos. Moby Doll murió un mes más tarde, sin haber llegado a ser exhibido en grandes espectáculos, pero se había hecho tan popular que había contribuido a cambiar la imagen que tenía el gran público de las llamadas “ballenas asesinas”. Tristemente, la industria no tardaría mucho en aprender a aprovechar este cambio.
Para entonces, la industria estaba perfeccionando sus terribles técnicas de captura, y ya había conseguido la primera presa no accidental: Shamu. El destino de esta hembra era convertirse en compañera de Namu; pero las orcas raramente admiten este tipo de emparejamiento artificial. Shamu y Namu no se gustaron, así que ella fue vendida a Sea World como una mercancía más en diciembre de 1965. Aún hoy, Sea World explota el recuerdo de Shamu como una “marca de la casa”, la primera de muchas orcas encerradas y esclavizadas bajo el mismo nombre… Pero aquella primera Shamu, igual que sus predecesoras, igual que todas las orcas que han muerto y que hoy viven en un acuario, quería ser libre y supo encontrar la manera de demostrarlo. Unos meses antes de morir, en abril de 1971, la orca atacó a una mujer mientras filmaban un evento publicitario. Shamu atrapó a la joven mordiéndole las piernas y las caderas, negándose a dejarla escapar hasta que otros trabajadores del parque le forzaron las mandíbulas con una barra. Sea World achacó este ataque a que la modelo debía montar a Shamu en bikini, y la ballena sólo estaba entrenada para colaborar con entrenadores vestidos de neopreno. Una de tantas excusas que los zoos y acuarios utilizan para desviar nuestra atención del hecho de que, sencillamente, ningún animal quiere ni debe vivir encerrado.
Actualmente, se estima que unas 56 orcas, 2.000 delfines de varias especies, 227 belugas, 37 marsopas y 17 falsas orcas u orcas negras, se encuentran cautivas en 343 delfinarios en el mundo. Algunas de ellas han sido capturadas y otras obligadas a nacer presas y separadas de sus madres; algunas han muerto o matado de desesperación; todas han mostrado de una u otra manera que estos lugares tienen que desaparecer; pero también las ideas y las costumbres que los sustentan.
Por eso, con estas historias, que son sólo cuatro entre cientos, queremos recordar que no sólo los mamíferos marinos sino también los peces y otras criaturas acuáticas, son animales que sienten y que luchan por su vida. También son individuos que sufren y mueren para la diversión de otros o para terminar en un plato, individuos que también son criados y capturados para pasar sus vidas en cárceles de agua.