Sampal tenía diez años cuando nadaba con su familia cerca de la isla de Jeju, en Corea del Sur. Según el blog http://www.takepart.com, su cautiverio comenzó en el año 2009, al quedar atrapada accidentalmente en una red de pesca (si es que puede hablarse de “accidentes” cuando alguien ha tendido una trampa para, deliberadamente, capturar y matar a miles de animales). A diferencia del resto de seres cuya vida terminó en esa red, Sampal era más valiosa viva que muerta, y atraparla era mucho más lucrativo que dejarla ir. Sus captores la vendieron de manera clandestina al Pacific Land Aquarium, donde pasaría los siguientes cuatro años de su vida en una pequeña piscina subterránea, obligada a realizar trucos para los visitantes si quería comer.
En 2012. el Tribunal Superior de Corea emitió una orden para que Sampal, y sus dos compañeras del delfinario, fueran trasladadas temporalmente a unas instalaciones en las que se las rehabilitaría para, finalmente, ser liberadas en el océano.
El proyecto de rehabilitación, facilitado por un grupo de organizaciones e instituciones como la Asociación para el Bienestar Animal de Corea, de la Universidad Ewha, y el Centro de Investigación de Cetáceos, iba según lo previsto. Ric O’Barry, famoso ex-entrenador de delfines dedicado ahora a la lucha por su liberación, visitó el centro y se mostró satisfecho con el progreso, y optimista con el hecho de que aquellos delfines podían ser “re-educados” para poder vivir en libertad.
Pero parece que Sampal no necesitaba que nadie le recordara lo que era la libertad. No quería esperar, ni permitir que siguieran siendo otras personas quienes dictasen su destino. El 22 de junio de 2013, unos meses antes de su programada liberación, aprovechó la que probablemente fuera su primera oportunidad en 4 años, y escapó del recinto a través de una pequeña abertura. Antes de que los responsables del centro encontraran la manera de devolverla a las instalaciones, temiendo que no estuviese preparada aún para la vida en el océano, Sampal decidió nadar hacia mar abierto y desaparecer.
Cinco días más tarde, el Instituto de Investigación de Cetáceos, reportó un avistamiento confirmando que Sampal estaba a 100 kilómetros del recinto del que había escapado, nadando con un grupo de unos 50 delfines, el mismo del que había sido separada cuatro años antes.
Todo parecía indicar que había encontrado a su familia, lo que significa que les había recordado y buscado. Lo que significa que el grupo también la había añorado y recibido de vuelta… Lo que significa que la libertad que le habían robado había roto muchas vidas aparte de la suya. Como sucede día tras día con millones de animales, humanos o no, aunque no todos tengan la fuerza, la suerte o la oportunidad de volver.
Uno de los pilares que sustenta el especismo y la explotación animal es la falacia de que la especie humana posee la exclusividad sobre determinadas emociones, sentimientos y relaciones. Sin embargo, muchos animales de otras especies nos superan en su altísimo sentido de lo común, de lo colectivo, de la “familia” en su más amplio significado. La historia de Sampal es sólo una muestra. Si omitimos su especie, podríamos estar contando perfectamente la historia de una humana: secuestrada, encerrada, obligada a trabajar y, finalmente, liberada y reunida con su familia.
“Aunque no podamos probar científicamente que Sampal anhelaba a su familia y su familia a ella, el peso de las pruebas debería caer sobre aquellos que aún se atreven a explicar estos acontecimientos como una colección de coincidencias impulsadas por el instinto” (Laura Bridgeman)