Mary, condenada a morir ahorcada por rebelarse contra sus explotadores

Texto traducido y extraído del libro “Fear of the animal plantet. The hidden history of animal resistance”, de Jason Hribal (Counter Punch/AKA  Press, 2010)

El circo había llegado temprano aquel martes por la mañana. El cielo aún estaba oscuro y la terminal ferroviaria estaba empezando a despertar. El lugar era Klingsport, una polvorienta localidad minera escondida entre las colinas del este de Tennessee. Dado el aislamiento de su ubicación, en el pueblo raramente se veía este tipo de gran espectáculo popular. Los residentes locales debían de estar muy emocionados por las festividades venideras.

El propietario y encargado del circo era Charlie Sparks. Con base en la región sureña de Estados Unidos, “Sparks World Famous Show” actuaba en aquellas ciudades pequeñas normalmente ignoradas y fuera del itinerario de las grandes compañías como Barnum y Bailey. El espectáculo abrió sus puertas por primera vez a finales de la década de 1880. Fundado por John Sparks, el padre de Charlie, se trataba de un “acto de perro y poni”. Esto significa, literalmente, que Sparks tenía unos pocos perros y ponis haciendo trucos para la audiencia. A pesar de todo, a lo largo de los siguientes 20 años, el show creció hasta convertirse en una explotación de tamaño medio. Llegaría a disponer de diez vagones de tren y ofrecer actuaciones de numerosos artistas del trapecio, gimnastas, jinetes y payasos. El show de Sparks también tenía un par de leones y cinco elefantes. Uno de sus “artistas” paquidermos era una hembra llamada Mary.

Lo más probable es que esta elefanta hubiera sido vendida o intercambiada unas cuantas veces antes de llegar a Charlie Sparks y su espectáculo. Aparte, por supuesto, de su venta originaria. Había nacido en las junglas del sudeste asiático en algún momento en torno a 1886. Pero pronto fue capturada, vendida y embarcada con rumbo a las Américas. En 1889, esta joven elefantita ya estaba trabajando para su primer circo. Después de eso, es difícil decir qué le pasó. Los circos y las casas de fieras ambulantes iban frecuentemente a bancarrota y los elefantes cambiaban de manos. Normalmente eran rebautizados, especialmente aquellos que tenían cierta reputación por su desobediencia. Ninguna compañía quería hacer frente a una “artista” que continuamente rechazaba las órdenes, hería a los entrenadores o escapaba de su cautiverio. Era una molestia y una responsabilidad que pocos empresarios podían permitirse. Así que, lo que normalmente ocurría en estas circunstancias era que el circo intentara vender el animal a alguien que estuviera especializado en reentrenamiento de criaturas peligrosas y desobedientes. Si eso fallaba, el circo cambiaría el nombre de ese/a elefante/a en particular, y trataría de pasársela a un comerciante ingenuo o desesperado. De cualquier manera, el asunto quedaba finiquitado, toda vez que la astuta bestia era ahora el problema de otro. Había, sin embargo, casos en los que el elefante en cuestión tenía tan mala fama, que nadie en su sano juicio se atrevería a adquirir la criatura. En esas situaciones, el animal sería ejecutado.

En 1916, la compañía “Sparks World´s Famous Show” era propietaria de Mary la elefanta. Mary era la atracción estrella, y Charlie Sparks la promocionaba como el animal terrestre vivo más grande de la Tierra. De acuerdo con los registros del show, era tres pulgadas más alta que Jumbo y pesaba más de cinco toneladas. Por supuesto, estas manifestaciones eran muy dudosas; pero así era el negocio del circo, una profesión menos que honesta, popularizada por empresarios que normalmente exageraban sobre absolutamente todo. Aún así, Charlie Sparks hizo un movimiento inteligente al comparar a Mary con Jumbo. Hasta el más escéptico granjero de tabaco recordaba la hazaña de Jumbo, y muchas veces comprarían el ticket sólo por esa razón. Sería un error subestimar lo conocido y respetado que era Jumbo a finales del siglo XIX y principios del XX. En lo que respecta a Mary, no había alcanzado el mismo nivel de fama. Tampoco era, en medidas, más grande y pesada que Jumbo. Aún así, un público considerablemente numeroso se amontonaba para verla. Mary era por derecho propio una elefanta grandiosa, y lo iba a demostrar por la fuerza en Kingsport.

sparks show

La mañana del 12 de septiembre comenzó como lo hacían la mayoría de las mañanas en Sparks Circus. Se despertaba a los animales y se les llevaba fuera de los furgones. Algunos de ellos eran entonces cargados dentro de vagones y remolques. Otros, en concreto caballos y elefantes, eran puestos a trabajar. Cada uno de aquellos vagones tenía que ser remolcado y empujado hasta la explanada del circo. Cada pieza del equipamiento debía ser cargada. La labor más dilatada consistía en montar la gran carpa. Había que mover postes gigantes hasta el lugar correcto. Había que desdoblar la carpa en sí y posicionarla en su sitio. Había que tirar de los cables para erigir la estructura. Sin duda, sin la fuerza y la corpulencia del elefante, esta última tarea difícilmente habría sido posible. Con las tareas matutinas ya terminadas, los cinco paquidermos del circo recibirían un breve pero merecido descanso. Sus tobillos, como siempre, serían encadenados y atados para disuadirles de cualquier intento de huída. Se les proveía de agua y heno, la comida estándar. Los animales realmente necesitaban este descanso y alimento, ya que su jornada no había hecho más que comenzar. Pronto llegaría el desfile de medio día. Esto significaba un completo cambio de tareas: del trabajo físico, al entretenimiento del público. Los elefantes tenían que vestir sus disfraces y marchar a través de las calles, mezclarse con los lugareños, posar para fotografías y dibujos, y pasear a la gente en sus lomos. Tenían que ser felices, al menos en apariencia.

A continuación, habría dos actuaciones bajo la gran carpa: una matineé a las 14 horas, y un show de tarde a las 20. Los elefantes tenían que mostrar a la audiencia sus rutinas y sus trucos coreografiados. Tenían que arrodillarse cuando se lo dijeran. Tenían que ponerse en pie sobre sus patas traseras. Tenían que mantenerse en equilibrio sobre taburetes. Tenían que formar un gran círculo con cada elefante descansando sus patas delanteras sobre las traseras del otro. Nada de esto era fácil.

Los elefantes no saben nada de esas cosas, ya que las actuaciones de circo no son parte de su sociedad o cultura. Los elefantes ni siquiera son tan fuertes y poderosos como parecen, ni tienen el desarrollo muscular apropiado para llevar a cabo acrobacias tan exigentes. Se requieren meses de riguroso entrenamiento para aprender estas rutinas. Se requieren meses para desarrollar el aguante suficiente para realizar estos trucos. Entonces, ahí entraba la severa disciplina y el brutal trato que cada elefante debía soportar en nombre del entrenamiento. Abuso verbal, golpes y latigazos eran los típicos métodos. Por ejemplo, para enseñar a un “artista” cómo tumbarse en el momento justo, Charles  Mayer –el principal entrenador de elefantes de principios del siglo XX- apuñalaba a un animal en un sitio en particular una y otra vez. Tarde o temprano, el elefante se acostaría para proteger la herida. Después de que este procedimiento fuera repetido un número suficiente de veces, un truco asombroso había nacido: la mera amenaza de ser apuñalado, causaba que el animal obedeciera la orden.

Finalmente, el circo sería desmontado para viajar a la siguiente ciudad y la siguiente actuación. Había que bajar la lona y desarmarla. Todo el equipo tenía que ser cargado de nuevo. Los vagones y carruajes tenían que ser transportados otra vez hasta el tren. Sólo entonces, bien entrada la hora bruja, el largo y extenuante día podría al fin finalizar. Desafortunadamente, pronto comenzaría una nueva mañana.

Había ocasiones, no obstante, en las que los elefantes obtenían algún respiro de esta monótona y agotadora agenda. El tipo más común eran los cortos paseos recreativos. Con un cuidador guiándoles, los elefantes podrían deambular por un campo cercano, explorar un área boscosa del vecindario, o pasear por un camino de tierra. Quizá, si eran afortunados, descubrirían un estanque o un agradable lodazal. En última instancia, el objetivo de estas aventuras era simplemente alejarse un poco del circo. Así los animales podían disfrutar de las vistas, respirar algo de aire fresco y tener un pequeño estímulo natural. Irónicamente, fue durante uno de estos paseos tan relajantes en Kingsport, cuando Mary decidió rebelarse contra su entrenador. Un testigo describiría la escena más tarde.

Mientras caminaba por Kingsport, Mary divisó un poco de sandía. Este descubrimiento debió de picar su curiosidad, ya que paró y se fue hacia la cáscara. La pausa temporal perturbó a su cuidador. Al principio, pegó a la elefanta con un palo largo y la gritó para que continuara moviéndose. Mary ignoró la orden, y simplemente continuó masticando. Algunas de las personas que observaron este altercado, lo encontraron de lo más cómico, y empezaron a reírse a carcajadas. El entrenador estaba cada vez más avergonzado. Gritó furiosamente y golpeó a la elefanta con virulencia a un lado de la cabeza. Este impetuoso acto de violencia no fue un movimiento muy inteligente.

Mary agarró al hombre con su trompa, lo levantó en el aire, y lo lanzó contra el lateral de una choza cercana. Fue tal la fuerza de este lance, que el entrenador atravesó la pared del edificio. Con el golpe del cuerpo, el chasquido de las tablas de madera, y el crujido de los huesos, la multitud se quedó allí en pie, en estado de shock. ¿Estaba el hombre muerto? ¿Estaba vivo todavía? ¿Se atrevería alguien a intentar ayudarle? Pero Mary puso fin a esta clase de pensamientos, caminó calmadamente sobre su cuidador, y le pisó certeramente la cabeza. La multitud se dispersó.

Tal vez fue lo deliberado de la acción de Mary, o quizá la frialdad de su conducta; pero, fuera cual fuera la causa, una vez que la situación se hubo estabilizado, los buenos ciudadanos de Kingsport querían sangre. No parecía importar que nadie de la ciudad conociera al hombre muerto. Una elefanta había matado a un humano, y esa era una razón lo suficientemente buena para una ejecución. Mary debía morir. Charlie Sparks, no obstante, no iba a dejar que su preciada “artista” y principal sustento de la familia, le fuera arrebatada tan fácilmente. La elefanta estaba valorada en muchos miles de dólares. Por lo tanto, Sparks hizo todo lo que estaba en su mano para aplacar la ira del público y convencer a los lugareños de que cambiaran de idea. De momento, Mary estaba a salvo.

A medida que las noticias sobre el pisotón se extendieron por el condado y el estado, el clamor a favor de la violencia retributiva no hizo más que incrementarse. Un periódico del este de Tennessee se refirió a la elefanta como “Mary la Sanguinaria”. Las ciudades anunciaron que los próximos espectáculos de circo serían cancelados si actuaba la elefanta asesina de hombres. Circulaban rumores de próximos linchamientos populares, utilización de la fuerza policial, intervención del gobierno del estado… Cada grupo demandaba su propia versión de ejecución sumaria. Para cuando el circo llegó a la localidad de Erwin en la mañana del 13 de septiembre, la presión para tomar acciones se había intensificado. El propietario fue forzado a tomar una dura decisión. Mary sería ejecutada después de la matiné. Según escribió el folklorista Charles Price, este sería “el día que colgaran al elefante”. No sería la primera vez que un elefante fuera llevado a la muerte de esta manera (…)

El 13 de septiembre de 1916, Mary la elefanta fue retirada del show de la tarde. Más adelante, ella y los otros elefantes fueron recogidos y dirigidos juntos a la terminal ferroviaria adyacente. Aunque sólo Mary iba a ser castigada, los entrenadores sabían que cualquier esfuerzo por sacarla sólo levantaría sospechas. Preferían prevenir que curar. Al llegar al lugar, Mary fue separada de sus compañeras, y asegurada en su sitio. Allí, esperó.

Nadie sabe a ciencia cierta cómo fue elegido el método de ejecución. La leyenda dice que fueron discutidas muchas maneras: veneno, electrocución, e incluso ahogamiento y descuartizamiento mediante la oposición de dos máquinas de tracción a vapor. En cualquier caso, sabemos cuál fue la decisión final: muerte por ahorcamiento.

Esto era el Sur, y el linchamiento era la forma habitual de castigo para quienes se atrevían a oponer resistencia contra el poder y los privilegios del hombre blanco. De hecho, algunos testigos juraron que uno o dos afroamericanos también fueron colgados aquella tarde en la aldea de Erwin. Pero para Mighty Mary (la Enorme Mary), una cuerda y la rama de un árbol no bastarían. Se requería un dispositivo mucho más grande y resistente. Finalmente, se expropió una grúa industrial de 100 toneladas para la tarea.

Para cuando Mary fue posicionada bajo la grúa, tres mil hombres, mujeres y niños se habían amontonado alrededor de la terminal. Esta multitud suponía un tamaño mucho mayor que la población total de la pequeña Erwin. Aparentemente, todo el mundo de los alrededores del condado quería ver a la abominable elefanta ser llevada a la muerte por la mano del hombre. Ninguno de ellos sería decepcionado.

El remolque se puso en marcha, y una polea bajó un pesado cable de metal. Al final del cable, había enganchada una cadena. Un entrenador cogió el artefacto y lo ajustó alrededor del cuello de la elefanta. El motor de vapor comenzó a rugir, y la remolcó hacia arriba. Mary, sin embargo, no se  iba a ir sin luchar. Mientras el nudo corredizo se apretaba y tiraba, empezó a revolverse y retorcer el cuerpo. El cable no era lo suficientemente fuerte como para soportar al mismo tiempo el peso y la resistencia. Se rompió, y Mary se vino abajo con un estruendo. Los espectadores estallaron en pánico, la elefanta asesina estaba ahora libre. ¿Se iría en estampida contra la multitud? ¿Fijaría el objetivo en sus entrenadores? ¿O atacaría a la plataforma y la haría pedazos? En realidad, Mary no estaba en condiciones de obtener su revancha. La caída le había destrozado la cadera. Derrumbada allí, inmovilizada y agonizando de dolor, Mary debió de haber sido una imagen conmovedora. Pero sus entrenadores  permanecieron indiferentes, rehicieron el lazo, y la deslizaron una vez más. Esta vez, Mary no fue capaz de liberarse. Los felices espectadores se recolocaron y miraron cómo la elefanta moría asfixiada.

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