Dos cerdos, en dos lados opuestos del mundo, corrían el mismo destino: ser transportados al matadero hacinados en un camión, asesinados y transformados en comida. A nadie les importaba lo que sentían o lo que necesitaban. Uno en China, el otro en algún lugar de América del Sur. Los dos en el mismo punto de una vida que alguien pretendía robarles. No es casualidad. Sucede constantemente.
Los dos vieron una mínima oportunidad de escapar a ese destino, y pusieron toda su energía en aprovecharla. Los dos saltaron del camión en marcha, sin tener a donde ir, pero con el esfuerzo y la determinación de quien sabe perfectamente dónde no quiere estar. Tampoco es casualidad. También sucede constantemente.
Pero no siempre hay alguien para grabarlo:
La curiosidad dio la vuelta al mundo. Había alguien para grabarlo, pero, ¿había alguien para ayudarles? ¿Alguien pensó lo desesperados que tenían que estar? ¿Lo mucho que deseaban y necesitaban la libertad? ¿La consiguieron? Esperamos que sí, aunque lo dudamos.
Al menos, su historia demuestra una vez más que los demás animales no son cosas, no son trozos de carne sin sentimientos, ni autómatas o seres pasivos cuyo único propósito en la vida es dejarse llevar ,sin más, por el camino injusto que la humanidad ha designado para ellos.