En agosto de 2014, según la Organización Mundial de la Salud, había 2.240 humanos infectados por el brote de ébola en África, en países como Liberia o Sierra Leona. Más de la mitad habían muerto ya, uniéndose a los cientos de miles que mueren por otras enfermedades menos cinematográficas, derivadas del hambre, de la falta de asistencia y de las fechorías de la industria farmacéutica. Pero a quienes ostentan el poder sólo les importaba uno: el padre Miguel Pajares. Porque era español, blanco y cura, y suponía una oportunidad de demostrar a todo el mundo lo que Papá-Estado puede y está dispuesto a hacer por su prole. En lugar de enviar a Liberia recursos y equipo médico que habrían podido ayudar a muchas más personas, decidieron gastar millones de euros en repatriar al enfermo, habilitar un hospital que previamente había sido desmantelado, y dar una formación rápida y chapucera a las personas que debían encargarse de atenderle. Lo mismo sucedió un mes después, con la repatriación del segundo enfermo: Manuel García Viejo. Ninguno de los dos pudo sobrevivir, a pesar de todos los esfuerzos. Sin embargo, su traslado sí sirvió para que el virus fuera contagiado a una enfermera. A partir de ahí, en medio del circo y la presión mediática, no era de extrañar que, lejos de asumir la responsabilidad, se tomaran medidas efectistas para probar que se estaba haciendo todo lo posible: la casa de la enfermera debía ser desinfectada, su marido puesto en cuarentena, y el perro que vivía con ella… Bueno, al fin y al cabo era sólo un perro, mejor matarlo por si acaso.
Excalibur compartía su vida con Javi y Teresa. No es que fuera como parte de la familia, era su familia. Javi se negó a autorizar el asesinato de Excalibur. Le dejó agua y comida en su piso, y grabó un vídeo desde el hospital para pedir que se le ayudara en lugar de matarle. Nadie le había hecho ninguna prueba, ni siquiera está demostrado que los perros puedan contagiar el ébola a humanas y, la clave de la cuestión: ante la posibilidad de estar ambos contagiados, ¿por qué a Javi le ponían en cuarentena y a Excalibur le condenaban a muerte? Sólo hay una respuesta: porque Javi era humano y Excalibur no.
Que tu vida se valore en función de la especie a la que perteneces es una clara discriminación. A este tipo de discriminación se le denomina especismo, y está presente en todas las facetas de nuestra vida, aunque no siempre se muestre de manera tan cristalina como en este caso.
A las autoridades de la Comunidad de Madrid les dio igual que miles de personas no se dejaran llevar por el especismo y se movilizaran para oponerse al asesinato del perro. Consiguieron una orden judicial y, a pesar de los recursos presentados y de la resistencia ejercida frente a la vivienda de la familia, un despliegue de mercernarios policiales consiguió abrirse camino por la fuerza para ejecutar la condena. Lo más curioso es que, a pesar de que su excusa para matar a Excalibur era preservar la seguridad de las vidas humanas, no dudaron en atropellar y aporrear a varias activistas, hiriendo a tres de ellas.
Nuestra máxima admiración y respeto para todas aquellas personas que han luchado hasta el último segundo para salvarle.
Todo nuestro asco y desprecio para aquellas que juegan con las vidas, humanas o no, para quienes dan las órdenes de matar y para quienes las cumplen. Vosotros sois la enfermedad infecciosa.
Mucho ánimo y fuerza para Teresa y Javi.