El 18 de mayo de 2011, una vaca destinada al consumo de carne en la provincia italiana de Messina, escapó del vehículo que la trasladaba al matadero y recorrió un largo camino hasta la localidad de Santa Teresa di Riva, donde el mar se interpuso en su camino. La vaca no miró atrás, se zambulló en el agua y comenzó a atravesar el estrecho con dirección a las costas de Calabria, o mar adentro, hasta donde sus fuerzas le permitieran. En medio del océano, fue avistada por la guardia costera, que la capturó y devolvió a la costa siciliana. Aún exhausta, muchos testigos declararon que la vaca se resistió enérgicamente a ser atada y subida a la lancha que la devolvió a tierra.
Teresa, que así fue bautizada en honor al pueblo que la vio arrojarse al mar en busca de vida y libertad, iba a ser sacrificada antes de tiempo junto a otras compañeras por encontrarse afectada de brucelosis, una enfermedad que no la hacía apta para el consumo humano. Lo último que supimos de ella es que su historia había conmocionado tanto a la población, que se habían movilizado para indultarla y había varias personas interesadas en adoptarla y ofrecerle una vida digna. Teresa despertó en muchas personas esa parte deliberadamente adormecida en nuestra sociedad, que comprende que los demás animales merecen nuestro respeto, más allá de que nos sean útiles o no, y más allá de que sean capaces o no de reivindicarlo y luchar por él.